domingo, 31 de julio de 2005

Cuento de una Madrugada de Verano

He aquí un cuento que se me ocurrió como a las 5 a eme, después de jugar toda la noche un juego de mesa con mi hermano, que más que de mesa, fué de cama, pues la suya nos sirvió de tablero, y así, entre chismes de actualidad y algún chiste mal contado, al irnos a dormir se me ocurrió lo que están a punto de leer, espero les guste el cuento tan pedorrín, tan mío...

Capítulo 1
Susana, con sus 38 años de existencia y la interminable fila de terapeutas de ésos que diagnostican la cabeza, a pesar de las largas sesiones en el diván y algún medicamento prescrito según la ocasión, seguía siendo terriblemente adicta a los chocolates, lo cual provocaba que apenas al abrir la caja los devorara todos, envolturas incluídas, ésto, además de afectar su digestión gravemente y hacer interminables las horas sentada en el baño, la agotaba en demasía, así que a más tardar las 6 de la tarde ya estaba en cama. Al siguiente día despertaba, religiosamente a las 4 a eme, puesto que todos los días, al mirarse al espejo, descubría esas desagradables marcas que dejan las sábanas en su rostro, así que todos los días ella se planchaba perfectamente la cara (obviamente, ella no había descubierto las posibilidades que le podría dar el dejar de usar sábanas). Así pues, después de años de plancharse la cara, ésta había tomado la forma de un dodecaedro truncado, que a saber, para los que no están acostumbrados a el estudio de los poliedros, es algún volúmen bastante rara, con muchos lados (caras), así pues uno de sus ojos estaba sellado, producto de una noche en que olvidó sacarse el maquillaje de los ojos, el cual contenía cierto tipo de plástico, que al calentarse con la plancha a la mañana siguiente se derritió y le clausuró el ojo dejándola tuerta. Y así, por esa peculiaridad, su hija, Ximena, era molestada en la escuela (tengamos en cuenta que el promedio general de madres tiene la cabeza más bien redonda). Ximena pues, en parte se aliviaba por el hecho de que se fijaran más en su madre que en ella misma, ya que desde que tenía uso de razón, sus faldas escolares eran más bien demasiado largas, y es que cuando una niña suele coleccionar tallos de pasto puede ser considerada toda una aventurera, si a ésto le sumamos las expediciones por las afueras del pueblo en busca de elementos para su colección, podremos entonces entender el motivo de su segunda solección, la cual ni tan a su gusto, que consistía en 32 cicatrices en ambas rodillas, las cuales no sabemos si por pena o mero orgullo receloso, escondía bajo su larga falda.
Un miércoles, de ésos miércoles indecisos, en que el día no sabe si sacara al Sol a dar la vuelta o llorar para ahuyentar a los felices novios, un miércoles de ésos a los que sólo les da por soplar, la falda de Ximena se alzó apenas un par de segundos, apenas por encima de sus rodillas y Beto, con la presición fortuita para estar frente a ella y con los ojos abiertos...
Dois segundos bastaron para que Beto se enamorara de Ximena y sus gastadas rodillas. Y hay que tener en cuenta que el enamoramiento de un niño de 8 años puede parecer ridículo, y a la vez tan profundo e impresionante el nivel de "amor" que se profesa en un instante al viento; sumado a ésto que por alguna extraña razón los niños consideran las cicatrices, fracturas y cualquier desperfecto ocurrido al cuerpo como un trofeo, quizás podamos acercarnos a entender el porqué del repetitivo golpeteo en el pecho de Beto, por estar parado en el momento y lugar justos, para enamorarse de Ximena.
Así pues, desde esa tarde de miércoles indeciso, Beto seguía a Ximena y a su madre a casa, y entonces al llegar a la puerta de la casa de su enamorada, una vez que madre e hija entraron, se enamoró también de la casa, pintada de un desgastado color verde pistache, de las ventanas chimuelas y el buzón abandonado, hogar de una familia de arañas cuya historia compartiré después.
Al jueves le tocó ser sonriente, con sol en todo lo alto, Beto había asaltado al cochinito, que regsurdaba los "domingos" tan celosamente, y es que llevaba ahorrando 2 meses -nuevo récord- para comprarse, en principio un telescopio, luego cambió el deseo por una máquina de conffetti, y más recientemente un dinosaurio, pero debido a la dificultad de mantener a un dinosaurio en un 5° piso, prefirió utilizar parte del botín en una rosa, la más rosa (por que las rojas le parecían de lo más cursi) para regalársela a Ximena, que al fin y al cabo era niña, y es bien sabido que a las niñas, según reglas generales de esa edad, les gustan las rosas, y si son de color rosa, pues qué mejor.
Terrible desilusión la de Beto, que al regresar del recreo encuentra la rosa en el cesto de basura, con todo y la notita en la que cuidó tanto hacer bonita letra y declarar un "me gustas"; lo que Beto no sabía es que Ximena estaba interesada sólo en los pedacitos de pasto, que los colecciona según su tono de verde, por el largo y por grosor, que ha encontrado hasta ahora 64 clases de tallos de pasto que ésa es su única pasión, bueno, éso y pararse de cabeza durante horas en su habitación.
Beto entonces con el corazón doblado en 3 partes más o menos iguales decide esperar, vigilarla de cerca a modo de descubrir el secreto que pueda ganar la atención de ella, incluso defenderla de los ataques de los demás, los cuales se han multiplicado desde que a la madre de Ximena le dió por llegar una mañana con una marca de plancha caliente en la mejilla izquierda, provocada por la distracción de una llamad telefónica y el pasar una receta de cocina, el mole azul que pretendía hacerle a Ximena por su próximo cumpleaños.


el llanero solterón cuentero.
In Lakech.

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